Desde las orejas hasta el rabo poseemos un amplio repertorio conmunicativo. Puedes empezar observando la posición de las orejas.
Si las tengo erguidas y
su orientación es hacia delante, estudio la situación y estoy atento.
Si me hablas en ese momento y ladeo la cabeza mirándote fijamente, una de dos: me interesa
mucho el tema o no te entiendo, tendrás que ser más claro. Puede ser que
acompañe esta expresión con el morro “arrugaete” y te muestre un comillete… ojo
que me voy a cabrear y puedo morder.
Aunque a mí no se me note
mucho, si volvemos las orejas hacia atrás paralelamente a la cabeza (al correr
o caminar es normal así que no indican nada) puedes asociarlo a un desafío. Fíjate
en el contexto, es primordial en cualquier situación.
Si orientamos las orejas hacia
atrás, dudamos de algo, la sospecha se cierne sobre el bababu y no sabe si huir
o atacar. En mi caso, si las dejo lacias, algo me preocupa o me siento triste o pachuchillo.
Otra parte de nuestro cuerpo
que te dará indicaciones sobre nuestros pensamientos es el rabito.
Aunque habrá que tener atención a la posición natural del rabito, está claro que si lo tenemos entre las patas, estamos asustados y tenemos miedo. Si la mantenemos estirada pero no tiesa estamos atentos a ver que ocurre, pero si la ponemos tiesa, esa atención se centrara en un desconocido. Erguida y curvada sobre la grupilla, o sea el lomo, hacemos alarde de nuestra seguridad y autocontrol. Cuando estamos relajaditos y tranquilos, la tenemos baja pero no cerca de las patas traseras. Al encontrarnos mal, incómodos o sentirnos inseguros o tristes, la bajamos tímidamente.
Con la cola saludamos por
supuesto, al moverla débilmente decimos “hola”. Esos círculos que describimos
con el rabo, grandes y rápidos, tanto que parece que vamos a levantar vuelo, os
indicarán que nos caes bien, tu o el bababu que se acerque claro y estamos contentos de verte. Lo hacemos
cuando jugamos a mordernos y pegarnos para que distingáis el juego de la
agresión. Si me enseñas algo y la agito lentamente, te atiendo y si aumento el
ritmo, te entiendo.
¿Y el hocico? Pues otro tanto.
La boca un poco abierta y relajada, sin sacar la lengua, es nuestra forma de sonreír.
Los bostezos de los bababus indican que estamos estresados… o que nos acabamos
de levantar o vamos a dormir. Mostrar los dientes con los labios levantados es
una señal de amenaza que derivará en una muestra de mis colmillos para que me
dejes. Si además, te acabo enseñando las encías… baja la mirada y vete alejando
sin volverte o te acabaré hincando el diente. Si echo los labios hacia atrás en
cualquier caso de amenaza, puedo estar cabreado pero es posible que huya.
Todas estas expresiones,
sonoras o no, deben ser observadas en el contexto en que se den. No obstante,
lo mejor es observar a tu bababu para poder entenderle.
Si prestas atención a su
cuerpo te darás cuenta de cómo te exige atenciones y juego. Por ejemplo, las
patas delanteras extendidas con la cabeza cerca del suelo y el lomo erguido, indican que un bababu
quiere juerga. Contigo o con otro bababu… o en mi caso con una piedra
solitaria. Bueno, no exactamente, yo juego a que la jefa tire la piedra, me
acerco le hago reverencias y ladro para que la jefa venga, la coja y la tire
otra vez… me acerco a la piedra y repito. Pero no la cojo. Una posición similar sin intención de juego, me duele la tripita y necesito cuidados.
A lo que ladraba, si un bababu
esta erguido, orejas incluidas, con la boca entreabierta y la cola en su sitio,
está contento y relajado. Si en esa posición, existe inclinación hacia adelante,
la boca está cerrada, los ojos muy abiertos y la cola erguida: bababu alerta y
mostrando autoridad. Si le añades el pelo y el rabo erizados, el morro arrugado
y pinta de pocos amigos, bababu dominante y amenazante. Con la misma facha pero
el cuerpo inclinado hacia atrás, estarás ante un bababu asustado que puede o no
atacar.
Un bababu con la mirada baja,
que se agacha con el rabito laso y las orejas hacia atrás, levantando un poco
la patita o incluso tumbándose, muestra sumisión y no busca problemas.
Lo más tierno es cuando
ponemos nuestra patita sobre vuestra patita: queremos atención y cariño.
A veces nos revolcamos en el
suelo, sobre el lomo, felices y contentos, nada más. No queremos llenarnos de
polvo, solo mostrar alegría. No os enfadéis. Lo digo por la jefa que me pega
cada bronca… claro que lo hago en la tierra, el asfalto, donde me pilla… pero
porque me pica… y la gravilla rasca más y mejor.
Os reladro que lo importante
es el contexto, que observéis a vuestro bababu y aprendáis a entenderle. Al final,
cada bababu es un mundo y tenemos particularidades.
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